Sunday, February 05, 2006

Por la mañana


Tomé el metro a las once, poca gente lo abordaba, al parecer todo el mundo preparaba en casa la fiesta que tendría lugar por la noche, Chung Jie, el Año Nuevo Chino.


Llegué a Chongwenmen, subí a la calle y tomé un camión, me dirigía a un Hutong extraordinario, uno todavía aislado de la gran ciudad, uno virgen en muchos sentidos. Al llegar, Pan Wen no estaba en la parada. Medité un par de segundos y decidí caminar con la memoria, me interné en el laberinto. Al la tercer vuelta de callejón vi a lo lejos a Wen-Wen (nombre de cariño de Pan Wen) y a su primo. Ella se sorprendió mucho de que hubiese recordado ese camino que recorrimos tres meses antes. Llegamos a su casa, todo el mundo activo, olor a comida, nervios y sonrisas. Guo Nian Hao, externé mi saludo festivo, único para esta época del año –buen año nuevo, literal, pasar el año bien. La abuela y la madre de Wen respondieron algo sorprendidas, la última vez que las vi a penas podía decir mucho gusto.

Todo ya estaba decorado, algunos globos y muchas pancartas con el caracter –- fu para la buena suerte del año. Éste significa fortuna y felicidad. Todas las puertas de Beijing lo tienen colgado en esta época. Normalmente será impreso en colores rojos con algo de amarillo. Wen me explicaba que muchas familias acostumbran colgarlo al revés, cara abajo. Esto produce un juego de palabras, pues “revés” y “llegar” son homófonas, así que al poner fu patas p’arriba se lee, FU DAO LE, La fortuna ha llegado o la fortuna al revés, aunque conviene más la primera lectura.

La comida no estaba lista, fuimos a pasea por el Hutong. Los colonos me veían extrañados, con mucha curiosidad. Beijing estaba lleno de chinos de todas las provincias, Xin Nian es la fiesta más familiar de China. Muchos foráneos no están acostumbrados a ver extranjeros, sobre todo cuando son de provincias lejanas, esto les produce gran curiosidad, señalan, ríen, se acercan y después hasta saltan para atrás cuando descubren que el occidental puede hablar chino, esto es la gran capital, pensaran.

Sorpresivamente se me acerca un pekinés, sin hablar me da un cohete, un petardo, y me dice, préndelo. Yo lo veo en mis manos, me parece semejante a los cañones mexicanos, pero mucho más grande, volteo con un poco de miedo a ver a Pan Wen.

Beijing, junto con las ciudades más importantes de China, prohibió la venta y uso de fuegos artificiales desde hace doce años. En el país donde nació la pólvora, esto no fue cuestión de risa, sólo el gobierno tronaba cohetes en eventos especiales para el gozo y nostalgia del pueblo. Este año se levantó el veto, se realizó un operativo de control y seguridad, permitiendo a los citadinos festejar con luces en el cielo. Por más de dos semanas este fue el tema de conversación de la ciudad, en el taxi, a bordo del camión y en puestos de tallarines se comentaba una y otra vez lo espectacular que sería este año nuevo. La prohibición se anuló por dos razones, el gobierno podía realizar un operativo que hiciera frente a la pirotecnia pirata –peligrosísima, por cierto- y después de muchas críticas, se comprendió que de seguir con esa política, la antiquísima tradición se perdería por completo.

El señor me quitó el cañón de las manos, lo puso en el suelo cuidadosamente y me dio su cigarro para que lo prendiese. Acto seguido, se retiro más de 5 metros. Bueno Luis, me dije, ni modo, tengo manita no tengo manita, porque la tengo desconcha…. ¡Corre!

¡PUM! Estalló una vez y se elevó al cielo, ¡PUM! Dio una segunda detonación en el aire. Mis oídos lo resintieron. Pan Wen, el señor y yo reíamos. Yo por lo menos, no por el gozo, sino como salida a los nervios. Le di las gracias y me di la vuelta para seguir caminando pero me tomó del brazo, me llevó a la plataforma de despegues y colocó un segundo Er(ar) Ti Yao. ¡!Demonios!! Me dio de nuevo su cigarro. Y Aquí vamos de nuevo, psssssss prendió la mecha, se fue despacito, como que prendió a medias. El nombre se traduce como Dos Patadas, porque pega dos tronidos que son como patadas a los tímpanos, bueno, así lo interpreto yo.

¡PUM! Subió diez metros, nuevo, ocho, 7, 6, 5, techo de una casa, 4, 3, ¡PUM! La porquería esa no tronó en el aire, casi llega al suelo en pleno vecindario. Yo ya me veía en el pisa y corre. Casi mato a un cristiano, bueno, confuciano, daoísta o maoísta. Ambos regresamos a casa de Wen con la adrenalina bien distribuida por el cuerpo, ella tenía doce años de no ver este tipo de diversión.

Comimos delicioso, alrededor de 6 platillos. No tenía idea de lo que me esperaba después, el festejo apenas comenzaba, todo se multiplacaría exponencialmente llegada la noche.