Sunday, May 28, 2006

Amás

Me dijo:

Mi tío tiene dos hijos, niño, niña. Nacieron aquí, hablan perfectamente mandarín. Amo primo, tan inteligente. Cuando le preguntan, calle, si es chino, él contesta, NO,
yo soy Mongol.

Los caballos empezaron a galopar. Sus cascos no resuenan en concreto, seres que viven en el pastizal, ellos todavía lo son. Se escucha el temblar de la tierra a cada pisada, se integra el despliegue de fuerza y de sangre en esas bestias majestuosas, amás de la libertad. Se cumple todo requisito para flotar por el verdor, jáhia, jáhiaaa, jáhiaaaa, galopan.

La familia de mi madre, ciudad, ahí mis abuelos. La del padre... campo, no los veo, casi nunca.

Sí, yo he armado los gers o yurts, en tiendas se duerme bien. Cómodas, en invierno más bajas para mantener la temperatura, son cálidas.


El calor de la gente se conserva en estas casas desplegables, ahí el símbolo de este pueblo, así los caballos conviven con la raza humana en la verdadera naturaleza.


Se mueven con las temporadas de la tierra, siguen ritmo de tierra y cielo, no calendarios ni rutas, no fijo. Se van cuando no pueden nutrirse ahí.


A veces, después de algunos años, regresan al mismísimo punto donde todo empezó.


Le dije, yo también soy mongol.