Sunday, March 26, 2006

Con bum bum y platillos 1

Se sirvió todo frente a los comensales. El alcohol blanco y ese pan sino-árabe eran fiesta dentro de cada boca. Una pequeña ventana muy alta en la pared mostraba de manera indirecta como el mundo exterior tenía un velo de luz roja, las miles de detonaciones que lo originaban me tenían pasmado.

Brindamos para vaciar unas tres botellas. De pronto las explosiones del exterior fueron imperceptibles, cerca de 13 vasos golpeaban un cristal que protegía la mesa, la rítmica era igual a la de un zapateado jarocho, el brindis lo encabezó la abuela materna. Se acabó todo lo consumible y partimos de nuevo al hutong. La despedida de aquella familia grande fue enternecedora. Fui colmado de buenos augurios para el año del perro. Yo colaboré en mis bendición entregando los sobres rojos a los “niños” que ya estaban arriba del auto.

En el Festival de Primavera, los adultos deben regalar dinero a los niños para procurarse un buen año. La costumbre exige sobres rojos con leyendas de prosperidad y felicidad. Los presuntos niños son en realidad todos aquellos que sean jóvenes y no hayan dejado la vida estudiantil, así que lo mismo un pequeño de 4 años que una mujer de 26 que estudia su maestría. Mi grupo era el de los adultos que tienen ingreso, y para bien o mal, preparé cuatro sobres afortunados. Como mínima cantidad, 100 yuanes (130 pesos) deben estar dentro de aquellas envolturas, es de mal gusto y augurio darlo en billetes chicos. De hecho, sólo se regalan billetes de 100 o mayor denominación. Tres de mis pequeños rojitos tenían su papelito con la cara de Mao, el cuarto tenía la parejita, ese era para mi amiga Pan Wen, aquellos para sus primos. En realidad, el gesto tiene un retorno muy prometedor para el emisor. Para el “niño” no hay duda alguna, ésta, es la mejor fiesta. Se puede llegar a juntar hasta tres mil yuanes en este día. Pero el Dao está presente y cuando se indaga un poco en esta tradición, los niños ya grandecitos y los adultos confiesan que este desprendimiento que le toca al grupo del que formé parte, es totalmente una autobendición. Entre más dinero se dé, uno se asegura la felicidad y prosperidad del año que entra. Si lo traduzco a mi rendimiento, quedé un poco sobre el nivel cero, es decir, no me sumé ninguna maldición pero tampoco me aseguré que el billete ganón de la lotería llegue a mis manos.

Nos bajamos del taxi. Volvimos al cuarto de la abuela paterna. En los callejones del Hutong, nadie. Se desplegó la mesa y la madre de Wen Wen inició el proceso para los siguientes alimentos a ingerir. Mi estómago y yo no lo podíamos creer. Mi sangre a penas se estaba desplegando hacia el estómago para tamaña labor que le encomendé. Ni modo pues, que le vamos a hacer, por lo pronto echamos un tecito.

Después de las doce, en Beijing, se comen dumplings, Jiao Zi. Éstos son empanaditas con relleno de carne molida y algunos vegetales. Se hacen al vapor y cuando están listos se les ve casi transparentes. Ocho medianos son suficientes para cubrir la necesidad de la cena. Toda la familia debe hacer Jiao Zi, esto es también a favor de la buena fortuna. Y aunque parecen sencillos de hacer, alrededor de seis fueron más productos finales de niño en kinder con plastilina que algo visualmente comestible. El séptimo fue aprobado por la Nai Nai y la madre de Wen, jueces absolutos en este departamento.

Llegó un amigo del señor Pan, que en realidad fue atendido más bien por mí. El padre de familia, estaba sentado en un sillón volteando hacia la televisión, viendo el programa del Año Nuevo con los ojos, técnica compartida por mi propio padre, pa’dentro. Plácido en la realidad del señor Morfeo, aunque confieso desconocer a su homónimo mandarín.
El amigo del padre, estaba sobadón y no dejaba de pronunciar sonidos que en una de esas eran palabras. Además, se cargaba un acento desalentador para alguien en mi posición, pero este amigo paterno deseaba platicar conmigo y de ahí nadie se atrevió a sacarlo. Yo estaba de pie en la mesa, con rodillo en mano, masa, carne y después Jia Jiao Zi, o sea, falso Jiao Zi. Pero él, vente para acá, siéntate conmigo. Yo sonreía y le decía que estaba preparando este changarro, él, que no era necesario, que fuera con él. Que con uno que hiciera bastaba. Yo, que no era compromiso, que quería hacerlo, que no era mi futuro, quería aprender, cómo se dirá carajo en chino. Y así hasta que acabamos de hacerlos. Y pregunta tras pregunta y yo voltee y voltee al rebote de inglés en mi amiga, no le pescaba nada a este caballero de la insistencia toda, la del beber, cuestionar y la de imponer.

Monday, March 13, 2006

Por la tarde

Después de comer, se pasó un trapo por la mesa que logró tirar todo resto de alimentos al suelo. El mismo destino tuvo mi colilla de cigarro e incluso la servilleta con la que me limpié manos y boca. El migajerío se concentraba en el piso del cuarto de la abuela, centro social de la familia Pan. Cuando bajó la comidita, esperamos al padre de Pan Wen y una vez llegado, partimos a casa de la familia materna.

El panorama cambió bastante, del Hutong pasamos a un departamento de octavo piso. Cuidando no caer en comparaciones gocé del cambio de cuadro escénico. Resulta imposible saber cual de las dos abuelas goza de mayor soltura financiera, si tiene, alguna de ellas, capacidad de ahorro, si se puede hablar de una clase social. En Beijing, lo visual todavía no vale para ningún cálculo socio-económico remoto -muy a pesar de los juicios ligeros de nosotros, la presencia extranjera.

La tía materna abrió la puerta, me dio una sonrisa resplandeciente y me hizo pasar primero que a nadie. Es curioso pero el interior del departamento se parecía mucho al interior del Hutong. La familia salió de todos los cuartos para ver al amigo extranjero, para dar la bienvenida al agente extraño.
El lado materno de esta familia proviene del oeste de China, de Xin Jiang, región de alta concentración musulmana. Las tradiciones y prácticas familiares pueden variar fuertemente por este simple hecho. Aunque la familia del padre fue muy amable y gentil conmigo, la familia materna fue salvajemente acogedora, recibí de ese calor que quema. Me llevaron al cuarto de la Lao Lao (abuela materna) y me obligaron a sentarme en su propio sillón.

En este cuarto se fueron turnando los tíos y primos, la saturación de mandarín fue casi insoportable, a pesar de mi amor a la comunicación. De pronto, estaba rodeado de cuatro tíos que querían saber todo de mí. Me preguntaban de México y de mis opiniones de China. No tomaban turnos, todos hablaban al mismo tiempo y hacían comentarios entre ellos. Fue difícil ,pero al final, un placer estar en un lugar real y tangible de Beijing.

El extranjero, en cualquier lugar del mundo, siempre peligra a encerrarse y negar la cultura que lo hospeda. En China esto es un fenómeno común. Existen edificios enteros de extranjeros que se autoabastecen y se cortan de todo contacto con los chinos. El idioma mandarín no es fácil y por tal, muchos deciden ignorarlo y mantenerse al margen. El problema es que en este país, el inglés no es un idioma alternativo, no todavía, así que si uno opta por sólo hablar la lengua foránea, reduce toda opción a los círculos de otros extranjeros. De pronto, uno no recuerda que está en China por meses, biósferas-burbuja de gente, grandes salas con cortinas de humo. Se vive en extranjia, ese lugar en donde sólo los "tuyos" viven, lugar de conversaciones cíclicas, de palabras que son pisotones sobre espejos rotos con sangre y orines. Cuando termina el ritual de pisar al nativo, se procede al banquete. Todos callan y comen un delicio manjar de mierda recién recolectado de ese mismo suelo. Todo mundo da halagos del festín. Y el malestar, la intoxicación que causa lo rancio, golpea a su momento, tiempo después.

Platiqué una hora y media con estos señores. Podría haber faltado un dominó y unas cervezas pero en su lugar tenía en mis manos el té favorito de la abuela y a mi izquierda un saltamontes chino que cantaba por estar en territorio cálido. Todos, sin excepción, sonreían y disfrutaban la experiencia. Vámonos a cenar, gritaron desde otro cuarto. Ya en el primer piso, 13 personas caminaban por calles angostas hacia el restaurante de unos amigos, ahí sería ese otro festín.