Por la tarde
Después de comer, se pasó un trapo por la mesa que logró tirar todo resto de alimentos al suelo. El mismo destino tuvo mi colilla de cigarro e incluso la servilleta con la que me limpié manos y boca. El migajerío se concentraba en el piso del cuarto de la abuela, centro social de la familia Pan. Cuando bajó la comidita, esperamos al padre de Pan Wen y una vez llegado, partimos a casa de la familia materna.
El panorama cambió bastante, del Hutong pasamos a un departamento de octavo piso. Cuidando no caer en comparaciones gocé del cambio de cuadro escénico. Resulta imposible saber cual de las dos abuelas goza de mayor soltura financiera, si tiene, alguna de ellas, capacidad de ahorro, si se puede hablar de una clase social. En Beijing, lo visual todavía no vale para ningún cálculo socio-económico remoto -muy a pesar de los juicios ligeros de nosotros, la presencia extranjera.
La tía materna abrió la puerta, me dio una sonrisa resplandeciente y me hizo pasar primero que a nadie. Es curioso pero el interior del departamento se parecía mucho al interior del Hutong. La familia salió de todos los cuartos para ver al amigo extranjero, para dar la bienvenida al agente extraño.
El lado materno de esta familia proviene del oeste de China, de Xin Jiang, región de alta concentración musulmana. Las tradiciones y prácticas familiares pueden variar fuertemente por este simple hecho. Aunque la familia del padre fue muy amable y gentil conmigo, la familia materna fue salvajemente acogedora, recibí de ese calor que quema. Me llevaron al cuarto de la Lao Lao (abuela materna) y me obligaron a sentarme en su propio sillón.
En este cuarto se fueron turnando los tíos y primos, la saturación de mandarín fue casi insoportable, a pesar de mi amor a la comunicación. De pronto, estaba rodeado de cuatro tíos que querían saber todo de mí. Me preguntaban de México y de mis opiniones de China. No tomaban turnos, todos hablaban al mismo tiempo y hacían comentarios entre ellos. Fue difícil ,pero al final, un placer estar en un lugar real y tangible de Beijing.
El extranjero, en cualquier lugar del mundo, siempre peligra a encerrarse y negar la cultura que lo hospeda. En China esto es un fenómeno común. Existen edificios enteros de extranjeros que se autoabastecen y se cortan de todo contacto con los chinos. El idioma mandarín no es fácil y por tal, muchos deciden ignorarlo y mantenerse al margen. El problema es que en este país, el inglés no es un idioma alternativo, no todavía, así que si uno opta por sólo hablar la lengua foránea, reduce toda opción a los círculos de otros extranjeros. De pronto, uno no recuerda que está en China por meses, biósferas-burbuja de gente, grandes salas con cortinas de humo. Se vive en extranjia, ese lugar en donde sólo los "tuyos" viven, lugar de conversaciones cíclicas, de palabras que son pisotones sobre espejos rotos con sangre y orines. Cuando termina el ritual de pisar al nativo, se procede al banquete. Todos callan y comen un delicio manjar de mierda recién recolectado de ese mismo suelo. Todo mundo da halagos del festín. Y el malestar, la intoxicación que causa lo rancio, golpea a su momento, tiempo después.
Platiqué una hora y media con estos señores. Podría haber faltado un dominó y unas cervezas pero en su lugar tenía en mis manos el té favorito de la abuela y a mi izquierda un saltamontes chino que cantaba por estar en territorio cálido. Todos, sin excepción, sonreían y disfrutaban la experiencia. Vámonos a cenar, gritaron desde otro cuarto. Ya en el primer piso, 13 personas caminaban por calles angostas hacia el restaurante de unos amigos, ahí sería ese otro festín.
El panorama cambió bastante, del Hutong pasamos a un departamento de octavo piso. Cuidando no caer en comparaciones gocé del cambio de cuadro escénico. Resulta imposible saber cual de las dos abuelas goza de mayor soltura financiera, si tiene, alguna de ellas, capacidad de ahorro, si se puede hablar de una clase social. En Beijing, lo visual todavía no vale para ningún cálculo socio-económico remoto -muy a pesar de los juicios ligeros de nosotros, la presencia extranjera.
La tía materna abrió la puerta, me dio una sonrisa resplandeciente y me hizo pasar primero que a nadie. Es curioso pero el interior del departamento se parecía mucho al interior del Hutong. La familia salió de todos los cuartos para ver al amigo extranjero, para dar la bienvenida al agente extraño.
El lado materno de esta familia proviene del oeste de China, de Xin Jiang, región de alta concentración musulmana. Las tradiciones y prácticas familiares pueden variar fuertemente por este simple hecho. Aunque la familia del padre fue muy amable y gentil conmigo, la familia materna fue salvajemente acogedora, recibí de ese calor que quema. Me llevaron al cuarto de la Lao Lao (abuela materna) y me obligaron a sentarme en su propio sillón.
En este cuarto se fueron turnando los tíos y primos, la saturación de mandarín fue casi insoportable, a pesar de mi amor a la comunicación. De pronto, estaba rodeado de cuatro tíos que querían saber todo de mí. Me preguntaban de México y de mis opiniones de China. No tomaban turnos, todos hablaban al mismo tiempo y hacían comentarios entre ellos. Fue difícil ,pero al final, un placer estar en un lugar real y tangible de Beijing.
El extranjero, en cualquier lugar del mundo, siempre peligra a encerrarse y negar la cultura que lo hospeda. En China esto es un fenómeno común. Existen edificios enteros de extranjeros que se autoabastecen y se cortan de todo contacto con los chinos. El idioma mandarín no es fácil y por tal, muchos deciden ignorarlo y mantenerse al margen. El problema es que en este país, el inglés no es un idioma alternativo, no todavía, así que si uno opta por sólo hablar la lengua foránea, reduce toda opción a los círculos de otros extranjeros. De pronto, uno no recuerda que está en China por meses, biósferas-burbuja de gente, grandes salas con cortinas de humo. Se vive en extranjia, ese lugar en donde sólo los "tuyos" viven, lugar de conversaciones cíclicas, de palabras que son pisotones sobre espejos rotos con sangre y orines. Cuando termina el ritual de pisar al nativo, se procede al banquete. Todos callan y comen un delicio manjar de mierda recién recolectado de ese mismo suelo. Todo mundo da halagos del festín. Y el malestar, la intoxicación que causa lo rancio, golpea a su momento, tiempo después.
Platiqué una hora y media con estos señores. Podría haber faltado un dominó y unas cervezas pero en su lugar tenía en mis manos el té favorito de la abuela y a mi izquierda un saltamontes chino que cantaba por estar en territorio cálido. Todos, sin excepción, sonreían y disfrutaban la experiencia. Vámonos a cenar, gritaron desde otro cuarto. Ya en el primer piso, 13 personas caminaban por calles angostas hacia el restaurante de unos amigos, ahí sería ese otro festín.
4 Comments:
Muy bien. Como estar ahi contigo.
Saludos,
TX
Y quién dijo que no lo estás.
Un abrazo, gracias por la correteada, ha sido un mes intenso.
continúa, regala un poco de ese otro festín.
!Y excelente que le entraste el CI!!
Claro, y un abrazo de los que queman.
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